sábado, marzo 21

EL ESTADO Y LA FAMILIA COMO FORMADORES DEL DELINCUENTE

Por Lic. Teresa Morales
La delincuencia, es un problema que afecta a todas las sociedades y pareciera que hasta ahora, no se ha logrado prevenir, disminuir o erradicar, por el contrario, hay una percepción generalizada de que va en aumento.

Esta sensación de vivir, en tiempos cada vez más violentos, se ha arraigado tanto en nuestra ideología, que ya no se la cuestiona, se le da por un hecho, sin reflexionar que la realidad, se construye de pequeñas conductas individuales, donde encuentra explicación causal todo fenómeno social, por tanto, entender tales conductas, permite tener elementos para enfrentar mejor esta problemática.

Buscar una explicación para la delincuencia, requiere determinar sus orígenes, manifestaciones y consecuencias, explorando las causas subyacentes, que le permiten existir, no sólo en las condiciones socioeconómicas de quien delinque, sino en los factores que facilitan su aparición, desarrollo y permanencia y en los sectores sociales interesados en que las “cosas cambien, para seguir igual”.

Es necesario analizar el efecto de las instituciones sociales, jurídicas, educativas, ideológicas, etc., considerando que hay factores subjetivos, en cada una de ellas, que pueden propiciar conductas delictivas, desde la apatía de quienes culpan al Estado (desplazando su responsabilidad), la ignorancia de los que culpan a las minorías (indigentes, pobres, etc.), la conformidad de los que culpan a Dios, a las crisis, los que se resignan ante la inseguridad y los que omiten su responsabilidad aún en sus propiedades (los que exigen que papa-Gobierno sea quien los defienda y ellos sólo se dejan cuidar), etc.

Creo que para identificar, explicar y comprender el problema delictivo, se requiere una visión interdisciplinaria, para analizar, explicar y comprender el comportamiento y la conducta, desde su formación hasta su manifestación, pues como bien señala Cáceres:

“Las restricciones epistemológicas impuestas por el normativismo positivista, paradigma en el que somos socializados los juristas, impiden que podamos percibir, identificar, explicar, comprender y manipular los procesos mediante los cuales el derecho incide en la realidad social”[2]

A manera de ejemplo, de lo difícil que sería abordar esta problemática desde una sola perspectiva, deseamos analizar un comportamiento típico:

Un ladrón se acerca y nos pide la cartera, lo más probable es que asumamos una actitud sumisa, que de enfrentamiento o resistencia (los “expertos” dicen que es de sentido común no oponerse), le damos lo que pide, aunque venga desarmado, y aparte de la impotencia que experimentamos, muy probablemente pensemos que no todo es su culpa (diremos que lo hace porque es pobre, adicto, callejero, desempleado, etc.), que la culpa es del Gobierno por no tener suficientes policías, que fue Dios para castigarnos, tal vez, aunque más difícilmente, diremos que se debe a nuestra incapacidad para defendernos, etc.

Haciendo un análisis interdisciplinario superficial, encontramos que:

1. Un ladrón se acerca y nos pide la cartera (un sujeto está violando una norma jurídica y transgrediendo un derecho y una garantía otorgada por el Estado: la de seguridad, además manifiesta una conducta social desviada)
2. Es más probable que asumamos una actitud de sumisión (dejamos que el delincuente nos intimide, no arriesgamos nuestra integridad física)
3. No asumimos un actitud de enfrentamiento o resistencia (porque sabemos que el Estado no va a llegar en el momento a auxiliarnos, que tal vez somos más débiles que el delincuente, nos han dicho que nos no opongamos, etc.)
4. Le damos lo que pide (cooperamos con el, para que no nos agreda, porque vivimos en un estado de indefensión “creado”)
5. Aunque venga desarmado (tenemos un temor instintivo y tan condicionado que no oponemos ningún mecanismo de defensa –huir o atacar-)
6. Experimentamos impotencia (que a su vez se transforma en frustración y en sentimientos de culpa y en recriminaciones para con nosotros mismos)

Dejemos el análisis hasta aquí, lo que quería resaltar es que difícilmente una sola disciplina tiene la respuesta a todos los factores intrínsecos y extrínsecos del problema delictivo.

Otro aspecto que puedo evidenciar es ¿cómo los ciudadanos están perdiendo autonomía, manifestando una negación de su libertad, en la búsqueda de un Estado-paraíso, donde nadie es responsable de sus acciones? y tácitamente aceptan que se les diga:

“Yo [Estado] me ocupo de todo, tu [ciudadano] sólo tienes que obedecerme, para que todo funcione bien, si hay una crisis yo crearé una demanda artificial para reanimar la economía; si aumenta la delincuencia, no te defiendas, yo la combatiré, en fin; sólo tienes que actuar como robot, no pienses, no actúes sin mí consentimiento, yo te adoctrinaré con mis leyes, monopolios mediáticos, iglesias y escuelas; tu deber es ser dócil y mantenerme”.[3]*

Así como un programador de computadoras, crea un software a la medida, el Estado lo hace con el gobernado, lo parametriza, le dicta normas, le prohíbe todo, vuelve al ser humano (libre en esencia), un sujeto, un incapaz que debe ser tutelado, que ya no sabe como actuar ante una situación no esperada.

El individuo pierde autonomía, libertad e independencia. Estos principios y valores deben reivindicarse como ideales del Derecho y no como discurso político. Ante la delincuencia, nadie sabe como actuar, no tiene elección (eso ha aprendido); cree que solo el Estado puede defenderlo y cuando éste le falla, y no pocas veces ocurre, entonces reclama un Estado más poderoso.

Se busca en el Estado, un padre protector, que dé soluciones, que a veces, lejos de resolver la situación, la empeoran, pues éste responde creando políticas, instituciones o leyes emergentes, sin haber previsto sus alcances, consecuencias o limites, originando nuevos problemas, que se heredan al siguiente Gobierno.

Habermas criticó el carácter mesiánico del Estado comunista, por pretender controlarlo todo, en lo personal, critico la “misión domesticadora” del Estado mexicano, que busca la aceptación de su omnipotencia, que se reduce a que:

“…el Estado se convierta, pues, de mero factum de potestad, en Estado de Derecho, que se justifica porque elabora el Derecho…”[4].

Rechazo que el Estado se autolegitime, dictando normas que modelen la conducta del individuo, utilizando el control social, a través de los medios que tiene a su alcance (leyes, propagandas, planes de estudio, etc.), sin haber antes implementado estrategias eficaces para lograr el desarrollo armónico del individuo y políticas públicas que prevengan la aparición de conductas delictivas.

Hasta ahora ningún Plan Nacional de Desarrollo ha perdurado lo suficiente para obtener resultados concretos, sus instituciones son rebasadas y las leyes son de carácter remedial más que previsor y que parecen producirse al vapor, sin analizar antes sus efectos a corto, mediano y largo plazo.

Paradójicamente, cuando se crea una nueva ley, ésta nace imperfecta (no contempla sanciones, no se pueden aplicar, etc.) o inválida (porque contraviene algún principio constitucional), por tanto, ineficaz. Una nueva institución requiere erogaciones no presupuestadas y una nueva política pública, que no es ensayada, antes de ser puesta en práctica, no garantiza resultados.

El Estado se autojustifica, creando estereotipos del delincuente, centra la atención sobre marginados, vagos, narcotraficantes, etc. y su solución es enviar a prisión a la mayor cantidad de delincuentes posible, sin preocuparse de que sean rehabilitados ni propiciar políticas de reinserción en la vida social, pues las condiciones en que abandonan la cárcel, una vez purgada su sentencia, (si es que pisan la cárcel o pueden salir de ella) no son las óptimas.

Se nos vende la ilusión de que vivimos en un Estado de Derecho, que lucha por una sociedad moderna e igualitaria, sin considerar que el Estado al erigirse en nuestro protector, “al cuidarnos de los malos y meterlos a la cárcel”, está omitiendo una función más que esencial: PREVENIR, pues no evita que se cometan delitos, no evita la formación de delincuentes y tampoco los rehabilita, para evitar que vuelvan a delinquir.

El Estado debe realizar funciones de prevención, para cumplir con la garantía de seguridad, a que está obligado. La prevención es una de sus atribuciones, por su función administrativa.

Urge un cambio radical en la política social, que no parta del viejo modelo del control social, pues para que la sociedad “funcione”, se debe educar, formar e informar, más que cuidar, modelar y tutelar al gobernado.

Para tener “hombres de bien”, no basta con brindarles hipotéticamente derechos de alimentación, vivienda, educación, se debe buscar la formación integral, una socialización conciente; se debe rescatar la motivación personal, generar nuevas pautas de conducta, sin esperar sumisión, conformidad y obediencia, se debe modificar la relación Estado-individuo.

“… La separación entre individuo y sociedad, en virtud de la cual el individuo acepta los límites prefijados a su conducta (por control social), es relativizada en la teoría crítica, que concibe la acción conjunta de las conductas aisladas, como una función que puede estar subordinada también a la decisión planificada, a la persecución racional de fines”.[5]

Mientras que el Estado, se conforme con vendernos la idea de que tiene un “adecuado control social” y sus ideólogos insistan en que los fines estatales son la justicia, el bien común y el desarrollo armónico de los gobernados, garantizando su educación, salud, bienestar, etc., que les permita alcanzar su máximo potencial en un ambiente socialmente sano, y no aclaren ¿cómo y con qué, se van a lograr todos esos fines?, que son indudablemente necesarios pero inequitativamente otorgados, lo que se aprecia es que, aunque para la ley, todos somos iguales, hay unos mas iguales que otros (como dice G. Orwell en su Rebelión en la granja).

Respecto a la finalidad del Estado, Serra Rojas, señala que:

“…debemos distinguir dos posiciones… la que podemos asumir concibiendo a un hombre, a una sociedad, a un Estado y a un derecho, idealizados y la que corresponde a la realidad. En la especulación sobre los fines del Derecho y del Estado es posible admitir que son la felicidad del hombre en su ser individual y en su ser colectivo.”[6]

Nada más alejado de la verdad. Como veremos en el capitulo tres, lo que tenemos son programas y políticas públicas que no encuadran con la realidad, las medidas de prevención son poco o nada eficaces, va en aumento el desempleo, la inseguridad, la desintegración y violencia familiar, las adicciones, el bajo aprovechamiento, la deserción escolar y un largo etcétera y las consecuencias nocivas de este descuido estatal son crecientes y provocan problemas cada vez más graves. Vemos surgir medidas paliativas, que se traducen en:

- Más delincuentes en la calle (porque la conducta delictiva no es prevenida ni castigada adecuadamente, cuando ya ocurrió –solo unos cuantos, van a dar a la cárcel y no siempre son los culpables o los que nunca pisarán la cárcel, gracias a sus influencias-, tampoco se les “rehabilita”, pues no se evita que vuelvan a delinquir y menos si salen de prisión con la etiqueta de exconvictos, que les dificulta su reinserción en la vida social), y

- Menos delincuentes en la cárcel, (porque, aunque es el medio de control social más socorrido, también es el menos eficaz, gracias a la corrupción de las autoridades), sin contar que hay gente que está en prisión, aún siendo inocente, (porque es ignorante, no tuvo para pagar la fianza o un abogado).

La delincuencia se torna un círculo vicioso, donde se desplaza la culpa del Estado al gobernado y viceversa, considero que SI, HAY RESPONSABLES: El Estado y los padres de familia y como todo responsable, deben responder por las acciones u omisiones, que afectan la conducta de los menores de edad, cuando éstas pueden derivar en actos delictivos, si no se corrigen o previenen a tiempo.

Me surgen una serie de interrogantes que no han encontrado respuesta satisfactoria en el ámbito disciplinario, por lo que mi único afán es analizar si el Estado cumple su papel de garante de la institución familiar y del desarrollo armónico e integral del individuo y si con la creación de leyes, instituciones o políticas públicas se puede solucionar el problema delictivo o se previene una conducta desviada.

Si existe responsabilidad de los padres de familia en el incremento de la delincuencia, ¿qué sucede cuando omiten cumplir sus obligaciones?, pues son ellos los encargados de criar a sus hijos, cuidarlos, enviarlos a la escuela, para que en “familia” (junto con los amigos, la Iglesia, etc., los ayuden a desarrollarse integralmente).

Se me podría acusar de querer fincar responsabilidad penal o civil a los padres, por estar demasiado ocupados, llevando comida a sus hogares, como para ocuparse de la crianza de sus hijos, tal vez, pero ¿acaso no fueron esos padres los que decidieron libre y responsablemente el número de hijos que querían tener? y ¿los que debieron prever las consecuencias de su paternidad y la responsabilidad que ésta conlleva? ¿qué sucede en el seno familiar, cuando son los padres los que atentan contra la integridad de sus hijos, cometiendo delitos contra éstos o adoptando conductas delictivas que pueden imitar? y ¿cuándo omiten cumplir con las obligaciones que la ley les impone?

El Estado y los padres de familia, coinciden en que la solución es crear leyes, que controlen cada acción, que haya más policías e instituciones improductivas, vigilando a la sociedad, pero insistimos, ¿una ley, institución o política, puede cumplir con todas las funciones que se le confieren?

Me parece que, si existe responsabilidad del Estado y de los padres, por la formación del delincuente, porque incumplen con el cuidado, educación y crianza de los niños, y no brindan modelos conductuales correctos lo que repercute en la conducta de los hijos.


[2] Cáceres Nieto, Jorge, Psicología y constructivismo jurídico: Apuntes para una transición paradigmática interdisciplinaria, México, Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM.
[3] Muidock, A., Para la clasificación de los datos culturales, México, Ed. Aguilar, 2003, pág. 143 *Los corchetes son míos.
[4] Kelsen, Hans, Teoría pura del Derecho, México, Ed. Nacional, 1982, Pág. 156
[5] Horkheimer, Max, Teoría critica, Buenos Aires, Ed. Amorrortu, 1974, pp. 239
[6] Serra Rojas, Andrés, Teoría del Estado, México, Ed. Porrúa, 2000, pág. 76

sábado, marzo 14

EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO


Este libro EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO, del Dr. Viktor E. Frankl, que amablemente nos a compartido la Lic. Maggie Vázquez, que te recomiendo ampliamente, está a sólo un click, es la narración más objetiva y sincera que un sobriviviente de los campos de concentración de la Alemania nazi, pueda hacer.

Básicamente el título hace referencia a una serie de preguntas filosóficas que, quienes nos preciamos de ser racionales y concientes alguna vez nos hemos hecho, ¿Tiene sentido la vida? ¿Cuál es ese sentido? ¿Por qué vivo? ¿Para qué es que existo?

Si eres de los que todavía no encuentra un sentido en la vida o que estás tan desilusionado que ya hasta lo perdiste, tal vez te pueda orientar y encuentres nuevamente el camino. Por ello te invito a que lo leas y viertas aquí tus comentarios, al respecto.

sábado, marzo 7

RAIZ Y CONSISTENCIA DE LA POLITICA

Textos de Ciencia Política
Por la Maestra Rosa María Ruíz R.
Profesora de Carrera de la FES Aragón
La política -el acto político- opera desde el contexto social en que nos hallamos insertos, concede gran importancia a la investigación empírica, pero no puede prescindir de la reflexión, de los principios. Los resultados obtenidos no pueden tener la validez absoluta postulada por los positivistas en su universo simbólico. Las circunstancias de lugar y tiempo cuentan mucho para descubrir lo mejor -prudencialismo político equidistante del utopismo y del oportunismo- para un momento determinado y para un espacio concreto.

Hay ideas políticas constantes en el transcurso de la historia -poder, libertad, orden-; y términos manejados en política como manifestaciones -soberanía, representación, democracia parlamentaria-. La heterogeneidad de formas políticas es cohonestable con la política perennis. La casuística alerta no puede degenerar en hiperfactualismo, sin acabar con la ciencia política misma que descubre enlaces causales y forja hipótesis verificables. La palabra "política" en su acepción vulgar significa todo lo que se refiere al Estado (polis). Pero al Estado con todas sus implicaciones y complicaciones. Suelen apuntarse tres sentidos fundamentales de la política:

1. La política es "actividad que crea, desenvuelve y ejerce el poder" (Schaeffle, Berolzheimer, Heller). Trátase de un fenómeno de dominación que tiene un carácter social y está encaminado a la cohesión de un grupo, mediante el derecho.
2. La política se concibe como lucha, oposición o disyunción (Maquiavelo, Ratzenhofer, Gumplowics). Trátase de una lucha de los hombres por la supervivencia.
3. Actividad orientada por un fin: el bien común (tesis clásica que viene desde Aristóteles y llega, en nuestro tiempo, hasta Jellinek y Radbruch).

Estos tres sentidos no se oponen, sino que están íntimamente vinculados en unidad dialéctica. En los tres casos viene a articular -y a unificar- la idea de orden convivencial. Como actividad, la política es una tarea humana, social, creadora y libre (no sujeta a normas predeterminadas). Como contenido, la política se encamina a constituir, desenvolver, modificar, defender o destruir un orden fundamental de la sociedad. Como objeto, la actividad política busca el bien público temporal mediante el ejercicio de un poder. Estamos ante la organización del bien común.

Es preciso distinguir la actividad ordenadora -acción política en sí misma considerada-, de la unidad de vida social constituida políticamente como sociedad ordenada. De la primera, se ocupa la ciencia política estricta; de la segunda, la teoría del Estado. El orden jurídico que constituye esas unidades de vida política como orden de la sociedad es objeto del derecho político. Tras la distinción científico-conceptual viene la descripción, interpretación y valoración de la estructura estatal, vivificada por el estudio -insoslayable a todas luces- de los fenómenos políticos. De otra suerte no habría juicios de validez universal. Hay algo que permanece invariable: la esencia del hombre -espíritu encarnado que es la más sustancial de las constantes histórico-sociológicas. Sociedad, autoridad gubernamental, orden normativo, valorización y crítica del poder político son otras constantes que no puede desconocer la ciencia política y que tiene que ponerlas en la base de sus especulaciones. Realidades antropológicas, geográfico-climáticas, nacionales, sociales y técnico-económicas se extienden a todos los grupos en un ámbito común y permanecen inmutables en periodos de tiempo casi ilimitados.

Al lado de las verdades sustanciales y permanentes, hay que tomar en cuenta, de manera equilibrada y armoniosa, los datos que ofrece la observación de los hechos, sujetos al cambio continúo de las condiciones históricas y sociales. Obsérvese, experiméntese, analícese comparativamente los hechos y los actos políticos -como lo hace la moderna ciencia política, empírica y descriptiva-, pero sin perder de vista las constantes históricas del fenómeno político y la estructura permanente del Estado. Los actos políticos son -en última instancia- actos humanos, sociales, organizados en vistas del bien público temporal; y que tienden a crear desenvolver o ejercitar un poder supremo en la comunidad. La teoría política elige y reúne datos: decisiones autoritarias, contexto de la decisión (debates parlamentarios, negociaciones diplomáticas, grupos de presión, etc.), mecanismo institucional. Los valores, los estereotipos, los símbolos políticos, la opinión pública son otros datos importantes que deben recogerse, seleccionarse y utilizarse para tener una cabal comprensión de la estructura del Estado. Se impone una pluralidad de métodos -que va desde el razonamiento abstracto hasta el empleo de máquinas perforadoras- para captar, en toda su extensión la polifacética realidad de lo político. El conocimiento debe ser realista, complejo, tipológico. El Estado está ubicado en la "habencia" dentro de la zona óntica de los objetos culturales. Trátase de una estructura moral intencional -específicamente jurídico-política-, en el devenir, que hay que comprender (verstehen) en su conexión de sentido y en su dimensión valorativa. Entre la estructura permanente del Estado y sus variantes histórico-individuales hay una permanente tensión dialéctica. Antes de utilizar los modernos procedimientos de cuantificación de los fenómenos políticos, que pretenden reducir a números y curvas estadísticas toda la rica y compleja vida de un pueblo, es menester aprehender la naturaleza óntica del Estado, lo que realmente es, su sentido y su valor. No podemos quedarnos en logicismos, ni en psicogénesis. Queremos captar directamente la realidad estatal a través de las vivencias y reflexiones personales. Para ello vale el postulado de los fenomenólogos de principios del siglo XX: Zurück zu den sachen selbst.

ELEMENTOS Y CARACTERES ESENCIALES DE LA ESTRUCTURA ESTATAL

No podemos limitamos a indicar los elementos del Estado -pueblo, territorio, gobierno, bien público- y sus características esenciales: personalidad moral y jurídica, soberanía, subordinación del Estado al derecho. Es preciso, para comprender la estructura estatal, comprender la conexión entre elementos y características esenciales. Los caracteres dimanan de la esencia misma de la agrupación política suprema. Del hecho que la organización estatal se estructure en torno al bien común, se desprende, inmediatamente, que tiene que ser un integral y activo centro de imputación normativa. Tenemos así, la primera característica del Estado: su personalidad moral y jurídica. De la superioridad del fin del Estado, en el puro orden temporal, con respecto al de los individuos y al de los grupos, se deriva su poder supremo de mando; esto es, la soberanía. Pero como la soberanía no es un poder de hecho y discurre por cauces jurídicos, decimos -he aquí la tercera característica- que el Estado está subordinado al derecho. El Estado como estructura escapa a la percepción de nuestros sentidos, porque en el mundo exterior no existe ninguna realidad concreta que corresponda a la personificación estatal. Sólo sus elementos materiales: pueblo y territorio, caen bajo nuestras facultades sensoriales. Empero, el Estado es algo bien distinto de la suma aritmética de sus componentes individuales.

En cuanto obra del hombre, la política es una actividad ética. La libertad de un espíritu encamado no niega, sino que supone un enorme y complejo dinamismo de fuerzas ciegas -la razón política es mucho más reducida que lo que quisiéramos suponer-, en cuyo ápice surge precisamente la libertad. Existencialmente hablando, la política procede de la vida racional y libre y de la vida inconsciente o instintiva. En circunstancias objetivamente dadas se hace política. Y esa política no puede hacer caso omiso de la geografía, de la herencia biológica, del medio ambiente físico y del acervo cultural. Inútil tratar de desconocer estos factores condicionantes de la dinámica estatal. La estructura del Estado, dinámicamente considerada, no se desenvuelve en el plano de las puras esencias, sino precisamente en el plano de la existencia concreta. Los sistemas económicos influyen en los sistemas políticos, pero no agotan la materia política. Por supuesto que importa conocer la renta nacional en la vida de los pueblos, distinguir la vida política de un país económicamente sólido de la de un país semicolonial y dependiente. Pero las razones económicas no son las primeramente determinantes en la vida política. El bien económico es una parte del bien público temporal. La política emana no sólo de un cúmulo de leyes físicas o naturales, sino también -y principalmente- de la libertad, es decir, de la inteligencia y de la voluntad del hombre.

La estructura del Estado es vital, histórica y existencial, sin dejar de tener un núcleo permanente. La constitución tiene una primordial dimensión jurídica, es derecho, pero no puro derecho, porque es también orden político fundamental. Orden que refleja los principios informadores del régimen, la organización fundamental de las relaciones de poder estatal, el sistema de las instituciones y la definición de los valores e intereses legítimos que inspiran al derecho vigente. En medio de los factores reales y operantes de la política algo se consolida de modo permanente, uniforme y sistemático: la estructura estatal. Algo que controla la vida política y cumple la función social. Institución -terrestre, temporal- de las instituciones. Institución que atiende todos los ministerios, monopoliza legítimamente la coacción, domina y unifica en vistas de la indispensable obra común. La dimensión teleológica de la estructura del Estado es una consecuencia de su fundamento ontológico. La actividad política es razón antes que fuerza, estructura antes que acción. El cuerpo político decide su régimen político y designa a sus gobernantes. Los gobernantes deberán tender a procurar, directa o indirectamente, todos aquellos bienes materiales, culturales, morales y religiosos que permitan el desarrollo de la persona humana. En términos académicos se habla de bonum essentialiter (desenvolvimiento intelectual y moral, y recepción de la cultura) y de bonum instrumentalíter (medios materiales, necesarios para la subsistencia). El orden y la paz, la coordinación de intereses, la ayuda y suplencia de las actividades de los particulares son elementos formales de ese fin intermedio o infravalente que se suele denominar como bien común. Bien común -de todos y para todos- que presenta ciertos rasgos distintivos: plástico, dinámico, susceptible de progreso, universal, coparticipable, redistribuible y jerárquico. Tiene el hombre un fin último cuya consecuencia, si bien depende exclusivamente de la persona, debe propiciarse o favorecerse mediante el bien público temporal.

La sociedad política es, ante todo, una sociedad de personas, y el bien común, un bien común de personas. Bien honesto al servicio del fin último y absoluto del hombre.

[...]

ÁMBITO DE LA POLITOSOFÍA

El significado de la politosofía, y su grado de interés, sube de importancia, en nuestros días ante una tecnoestructura política desorbitada y ante un leviatán contemporáneo que nos manipula con la "sabia" impasibilidad de las computadoras electrónicas. Las calculadoras electrónicas pueden suministramos un arsenal inmenso de datos, pero no pueden decidir por sí mismas la conservación o el cambio del status político. Lo mejor y lo peor, en materia política, lo deciden los hombres, nunca las tecnoestructuras. El conocimiento del bien -y del bien común, en particular- es indispensable para la genuina decisión política. La politosofía hace explícita la meta de adquirir el conocimiento de la sabiduría política. Profundiza hasta las raíces de la politicidad y lleva la temática política hasta los últimos fines de los convivientes. Su temática se identifica con su meta: la máxima aproximación a la sabia convivencia política de los hombres.

La politosofía no puede ignorar los grandes objetivos políticos de la humanidad: libertad y autoridad. Pero sabe que este difícil binomio sólo funciona con amor y con prudencia. Si exageramos la libertad en mengua de la autoridad -por desamor hacia los demás y hacia sí mismo caemos en el libertinaje y en la anarquía. Si exageramos la autoridad en perjuicio de la libertad -por desamor hacia los prójimos gobernadoscaemos en tiranía y en totalitarismo. La dosis de libertad y la dosis de autoridad en la vida política no pueden calcularse en computadoras. Sólo la prudencia política puede dosificar, a diario, las magnitudes de autoridad y de libertad que se requieren en un pueblo y en un momento determinado.

La politosofía se acerca más que la politología a la esencia, a los fundamentos y a los fines de la política. Como búsqueda de la verdad política no se queda en el conocer-la-verdad, sino que se afana por estar en-la-verdad. Pero como es una sabiduría humana de la política, la politosofía no se siente poseedora -de una buena vez y para todas- de la verdad absoluta. La verdad política se profundiza en el tiempo y en la historia.

La politosofía se ocupa del todo de la política que inserta en la habencia: totalidad de cuanto hay en el ámbito finito. Si la filosofía es búsqueda de lo universal en cuanto universalizable, conocimiento fundamental y metódico del todo como conjunto, la politosofía se interesa en "todas las cosas" políticas para relacionarlas con el hombre, con el mundo y con el ser fundamental y fundamentante. Cuando utilizo la expresión "todas las cosas" políticas no me refiero a un puro éter o a una oscuridad irredempta en que sea imposible todo discernimiento, toda distinción de partes. Al hablar de "todas las cosas" políticas aludimos a los problemas y a los temas capitales de la política: adquisición del poder, ejercicio de la autoridad, bienestar colectivo, exigencias racionales de la estructura sociopolítica, solución de conflictos de intereses en vistas de la finalidad social, utilización de las energías sociales para promover el desarrollo del bien público temporal, búsqueda de la justicia y promoción de una socio-síntesis pacífica y amorosa.

Estos problemas y estos temas en su totalidad integran "el todo" como conjunto por el que se interesa la politosofía. El rasgo que distingue a un politósofo es la docta ignorancia de cepa socrática. No elude las grandes cuestiones de la política ni desprecia los problemas que no puede solucionar. Aunque a veces no sobrepase el estadio de la discusión, siempre intentará sustituir el nivel de opinión por un nivel de conocimiento filosófico sobre la esencia de lo político.

"Lo político está sujeto por naturaleza a aprobación y a desaprobación, aceptación y repulsa, a alabanza y crítica. Lleva en su esencia el no ser un objeto neutro; exige de los hombres la obediencia, la lealtad, la decisión o la valoración. No se puede comprender lo político como tal, si no se acepta seriamente la exigencia implícita o explícita de juzgarlo en términos de bondad o maldad, de justicia o de injusticia, si no se le aplican unos módulos, en suma, de bondad y de justicia. Para emitir un juicio razonable se deben conocer los verdaderos módulos. Si la filosofía política quiere encuadrar acertadamente su objeto -apunta Levy Strauss tiene que esforzarse en lograr un conocimiento genuino de esos módulos. La filosofía política consiste en el intento de adquirir conocimientos ciertos sobre la esencia, de lo político y sobre el buen orden político o el orden político justo.2 Óntica y axiología de lo político en esfuerzo consciente, coherente, continúo por llegar a la verdad con certeza. Los politólogos suelen pensar -¡grave error!- que sólo necesitan, en materia filosófica, de la metodología o lógica. Ignoran o pretenden ignorar que su ciencia política se apoya -explícita o implícitamente- en una óntica y en una axiología de lo político. La praxis política está entremezclada de simples opiniones y de verdaderos conocimientos políticos. La vida política cotidiana está llena de errores, suposiciones, creencias, prejuicios, predicciones. Pero hay en ella, también, hombres que se dedican exclusivamente a la tarea de recoger y asimilar el conocimiento científico sobre lo político. Lo que verdaderamente escasea es el politósofo que emita juicios de valor y nos ilumine en el perenne esfuerzo del hombre por conseguir una morada en la que pueda ser él mismo y convivir fraternalmente con sus semejantes. Una ancha y hospitalaria morada que dé albergue a todos los proyectos humanos y nos permita decir nuestra palabra leal.

La ciencia política o politología no puede pronunciarse sobre si ella misma es buena. Los politólogos que pretenden eludir la axiología con una curiosa "ética valorativa" emiten implícitamente juicios de valor al estudiar los fenómenos políticos más importantes: formas de gobierno, legitimidad del poder, grupos de presión, sistemas electorales, etc. Si se admite que lo político tiene un fin -y toda actividad consciente del hombre lo tiene-, se tiene que admitir una pauta a cuya luz se juzgarán las instituciones y las actividades políticas.

La creencia de que el conocimiento científico particular es la forma suprema del conocimiento humano lleva aparejado el olvido -cuando no el desprecio- del conocimiento filosófico. "El acontecimiento fundamental del año 1933 -afirma Levy Strauss refiriéndose al advenimiento de la era hitleriana en Alemania- vendría a probar, si es que esa prueba era necesaria, que el hombre no puede dejar de plantearse el tema de la sociedad buena y que no puede tampoco liberarse de la responsabilidad de dar una respuesta, remitiéndose a la historia o a cualquier otro poder distinto de su propia razón.3 Ninguna cratología, ninguna ciencia política ayuna de verdadera sabiduría podrán eliminar y sustituir a la politosofía. La política no queda desfigurada, tan sólo, por la politiquería. Queda desfigurada también -y de manera más peligrosa- por la desfiguración técnica encubierta con razones de eficacia.

La politosofía se apoya en la antroposofía. Y la antroposofía descansa en la metafísica integral, esto es, en la teoría de la "habencia" (totalidad de cuanto hay en el ámbito finito y fundamento de esa totalidad).

POLITOSOFÍA Y POLÍTICA

La politosofía es una visión primera de la política, una concepción, a la vez viva y teorética, que posibilita la edificación, sobre ella, de las ciencias políticas particulares. Sobre esta rica y previa visión de conjunto, podrán los científicos de la política y los políticos manejar el arsenal inmenso de datos almacenados en un archivo muerto. Una polito Sofía auténtica es, cabalmente, transfiguración del estado pasional del partisano político, superación del momento psicológico en la objetividad del problema que, como tal, no resulta en absoluto menos íntimo a la conciencia, ni menos personal y doloroso. Querer reducir toda la realidad de la política a un momento de la existencia estatal o internacional es como pretender cubrir el mundo con una gota de agua. El existencialismo inmanentista reduce la política a pura existencialidad. Todo se hunde en lo finito del momento político y desaparece la posibilidad de fundar valores objetivos. Por este camino llegamos a la negación de la política en lo que ésta tiene de universal y objetiva. De ahí la imperiosa necesidad de construir un conocimiento supraempírico y suprahistórico -sin desconocer la experiencia y 'la historia- que estudie la estructura esencial y el sentido de la política en todos sus estratos.

Mi propósito fundamental ha sido el de ofrecer las bases y las líneas directrices de una poli toso fía -tarea primerísima, requerida por nuestro tiempo- concebida como prolegómeno de toda fenomenología política. Abundan los análisis fenomenológicos -agudos y provechosos- sobre la política, pero échase de menos una politosofía que pueda servirles de fundamento y de guía. Si no se emprende la tarea de determinar la estructura esencial y la finalidad de la política en su integridad, hay el peligro de perderse en un mar de confusiones. No basta señalar cómo funciona la política, menester es precisar su relación con la realidad última metafísica y buscar el sentido ético de la actividad política.

La politosofía es una ciencia viva y teorética que se rige por conceptos universales, fines objetivos, un orden inmanente y una finalidad concretada en la vida sociopolítica del hombre. Es imposible desconocer las formas históricas concretas de las instituciones políticas -los singularia- porque sin ellas no podría elevarse a la idea, al orden necesario, a las normas críticas para cualquier sistema político concreto. Pero esas formas históricas concretas de las instituciones políticas sirven como material para extraer el principio universal inmanente. La politosofía ofrece solamente la urdimbre de los principios generales sobre la cual la política, como un arte arquitectónico, guiada por la prudencia, construirá el orden concreto temporal y mutable.

Pedir a la politosofía la solución de cada caso político en el orden concreto siempre cambiante es confundir su naturaleza con la praxis política. Pedir al político práctico que prescinda de las luces de la politosofía y que arregle el caso concreto como mejor le convenga, es caer en oportunismo ciego a los valores éticos, en maquiavelismo o inmoralismo. El dirigente político soluciona las situaciones concretas en las que tiene algo que hacer u omitir. Pero la trama de principios y normas se la brinda el politósofo. El político puede y debe elegir los medios prácticos, pero debe instruir su conciencia y pedir luces a la ciencia. Así forja su propia responsabilidad -de político y antes que político, de hombre-, guiada por la prudencia. Político que no se guía por la prudencia es un político malo que hará mala política.

"La prudencia y sus clases, prudencia regnativa, necesita dos cosas: el conocimiento de los principios de la razón y el conocimiento de la situación actual, los medios apropiados, la experiencia y los consejos de los técnicos sobre lo que debe hacerse híc el nunc para la realización de los proyectos inmediatos que se ofrecen al político en orden a la realización de los fines últimos de la vida política: orden, paz y justicia. Así, la filosofía política y la política en cuanto arte se coordinan recíprocamente. La filosofía política elabora los principios, las normas críticas para la acción política, los fines últimos, la trama. No es de su incumbencia, en primer término, juzgar sobre la congruencia de los medios, su valor técnico, su relación con otros campos de la vida humana, social y espiritual, aunque su tarea consista en señalar los medios que son intrínsecamente malos, injustos e inmorales. La valoración positiva de los medios para un fin éticamente positivo -advierte Heinrich A. Rommen debe afectar en primer lugar al jefe político, y la crítica técnica de tales medios al científico político.4

Son la politosofía y la politología las que se refieren a lo universal; la política se refiere al presente, a la situación contingente, a la elección de los nuevos medios adecuados al problema que se vive y a los fines inmediatos. El mundo del político es el de los agíbilía. Lo podríamos comparar con el práctico de la navegación que lleva el barco a buen sitio para que no encalle. Cuando los prácticos de la política actúan sin consideración a la politosofía y a las normas éticas inmanentes de su actividad, se comportan como bárbaros que atropellan la sabiduría, la ciencia y los sentimientos éticos del pueblo.

La comunidad política no es un mero hecho, una mera fuerza natural ciega. La comunidad política existe por los continuos actos políticos. Una politosofía no es ni puede ser un estudio metafísico de la política en la vida social. La óntica política en la vida social no es algo inerte, sino vida activa, vida práctica, vida ética... La politosofía mira necesariamente un existir político concreto, libre y racional. El orden del fin ha de realizarse aquí y ahora. La ética es una prolongación de la metafísica. La naturaleza de la política es también su fin, su razón práctica.

No han faltado politólogos que quieran reducir la política a pura ciencia positiva con métodos inductivos, estadísticos y estudio comparativo de los hechos. Imitan los principios de las matemáticas y de las ciencias naturales, sin advertir la peculiaridad de lo específicamente político. Lo más que obtienen son generalizaciones y tipologías; nunca normas para la acción ni criterios axiológicos. Las cifras globales no suplen los criterios axiológicos. El cazador de minucias puede acumular una gran cantidad de hechos individuales y transitorios, pero no puede llegar a una metafísica y a una ética políticas. La politosofía y la politología, en cambio, conducen hacia el "deber ser" como base de la política.

Porque, ¿acaso la política no es un sistema de actos humanos -cualificados- realizados por medios buenos o malos para un buen o mal fin común?

La politosofía no es un pensamiento en el vacío; tampoco una mera deducción geométrica racionalista de proposiciones desde ciertos presupuestos o axiomas innatos. Es pensamiento reflexivo sobre el material de los hechos y de las ciencias políticas, que nos ofrece un saber y un sabor de ultimidades. Lleve a la politosofía por la razón teórica y práctica, por la experiencia y por el amor al bien común.

1. C BASAVE, Fernández del Valle
Teoría del Estado, fundamentos de filosofía política
Edit., Trillas, México 2003.
Págs. 67-71, 79-91.

lunes, marzo 2

LA CORRESPONSABILIDAD DEL ESTADO Y DE LOS PADRES DE FAMILIA POR LA FORMACION DEL DELINCUENTE

Una de las funciones del Estado, es la administrativa, a través de la cual entre muchas otras actividades, realiza obras de cultura que fomentan los servicios públicos, la previsión o la beneficencia social. Dice al respecto Kelsen … “una vez que el Estado, ya no se conforma con castigar ladrones y asesinos o dictar ejecución contra el deudor moroso poniéndolo a disposición del acreedor, sino que regula la actividad industrial, cuida de la salud y educación, persigue fines de cultura, todo eso no puede realizarse sino a condición de que sean dictadas ciertas normas jurídicas generales (leyes),… sobre la base de las cuales se realizan actos jurídicos individuales, decisiones y resoluciones de los órganos del Estado…" [1]

Me queda claro que el Estado está obligado a proporcionar educación a la población, pero la doctrina constitucional va más allá al precisar que entre los fines estatales están la justicia, el bien común y el crecimiento y desarrollo armónico de los seres humanos, garantizándoles educación, salud, bienestar, etc., que le permita alcanzar su máximo potencial en un ambiente socialmente sano. Al respecto nos dice Serra Rojas que “debemos distinguir dos posiciones sobre este tema la que podemos asumir concibiendo a un hombre, a una sociedad, a un Estado y a un derecho idealizados, y la que corresponde a la realidad. En la especulación sobre los fines del derecho y del Estado es posible admitir que son la felicidad del hombre en su ser individual y en su ser colectivo…”
[2]

Lo que apreciamos en la vida cotidiana es el abandono del Estado de su función cultural, que los programas pedagógicos no encuadran con la realidad social, que las medidas adoptadas para prevenir la desintegración y violencia familiar, las adicciones, la delincuencia, el bajo aprovechamiento y la alta deserción escolar, etc., son casi nulas por parte del Estado, que las consecuencias nocivas de este descuido estatal están afectando a un número cada vez más grande de personas, provocando problemas más graves.

Considero que las políticas públicas, como medidas tomadas por el Estado, para la adecuada intervención, ante los problemas familiares, repercuten en un mayor número de delincuentes en las calles y en las cárceles y que el Estado está menospreciando la importancia de su papel de garante de la institución familiar, por ello no se ha prestado la adecuada atención a su función de prevención, predicción, intervención, rehabilitación, etc. y de los efectos de la ausencia de modelos de control social adecuados.

Si los padres de familia están incurriendo en alguna responsabilidad, en caso de no estar cumpliendo, de la manera en que se espera su intervención en la educación y crianza de sus hijos, al no brindar modelos paternales correctos, ¿tendría el Estado que intervenir?
Me preocupa la idea de que los delincuentes aprenden a serlo desde que están en el seno familiar, por ello considero que existe la obligación del Estado y de los padres de familia, de brindar cuidado, atención y educación necesaria, para que los hijos no se conviertan en delincuentes y por otro lado que si la conducta delictiva fue aprendida en casa ¿cómo fue dicho aprendizaje y de que manera se puede prevenir?

La delincuencia es un problema creciente, que no sólo tiene su origen en la falta de oportunidades laborales y en las crisis económicas, recurrentes en nuestro país, si no que se agravan gracias a lagunas en la ley, que no han establecido con claridad la responsabilidad de los padres en la omisión de cuidado a que están obligados, para con los hijos que están bajo la patria potestad, tampoco se establecen con claridad la pena que el Estado pueda establecer en contra de los padres que no brindan a sus hijos una adecuada educación formal y no formal, que incluya valores y principios, un ambiente emocionalmente sano, una convivencia armoniosa y una oportuna corrección de conductas, ni señalan las obligaciones del Estado en este sentido.

Basados en los ordenamientos legales que establecen las obligaciones y responsabilidades, tanto del Estado como de los padres, tenemos que conocer las implicaciones legales y sociales que deben o deberían enfrentar, por la falta de compromiso en la crianza de los hijos, que sin lugar a dudas debe ir más allá de la educación formal del sistema estatal.

¿Cómo se percibirán a sí mismos los padres de familia con respecto a la normatividad que les impone el cumplimiento de una educación integral?, pues en determinado momento pudieran estar pensando que la crianza y formación de sus hijos no es del todo su responsabilidad, si no que es una misión compartida con el Estado, formándose así un circulo vicioso, en donde nadie asume su papel y delega en el otro, el compromiso.

Creo que es importante señalar las carencias normativas y la forma en que éstas pueden ser percibidas por el ciudadano común, amén de las repercusiones sociales que implican, orientar mejor las políticas administrativas y normativas de la sociedad, constituyendo una invitación a la reflexión tanto de padres de familia como de autoridades.

Juzgo que, como parte de la sociedad, por obligación moral debemos conocer los efectos de la falta de compromiso de los padres y de la poca o nula aplicación de la ley o la escasa normatividad que sobre el tema se ha producido en materia legislativa.

[1] Kelsen, Hans, Teoría General del Estado, pág. 56.
[2] Serra, Rojas Andrés, Teoría del Estado, Pág. 69-70